viernes, 29 de mayo de 2015


CALIDAD Y MAESTRÍA


De cuando en cuando me gusta leer  a Tom Peters. Es de esos autores cuyas ideas te sacuden, te entusiasman, incomodan o irritan… pero nunca te dejan indiferente. Yo lo recomiendo siempre como antídoto ante las tentaciones de acomodamiento o apalancamiento (el financiero no, el otro). Y en una de esas relecturas me topé con el concepto de MAESTRÍA; casualmente acababa de finalizar un proyecto en una empresa y las experiencias que había vivido me generaron la reflexión que quiero compartir hoy con mis amables lectores.

Peters habla de “maestría” en el sentido de dominio de una actividad (tanto a nivel personal como colectivo) a un nivel de excelencia que destaque sobre el resto de la competencia y confiera un atractivo que contribuye a la creación de una MARCA (personal o de empresa). Así pues, para Peters la búsqueda y mejora de la maestría debería convertirse en una obsesión para cualquier profesional en cualquier ámbito de actividad.

Si nos trasladamos al ámbito empresarial, con los años me voy afirmando en la convicción de que no muchas empresas gestionan adecuadamente su maestría; es decir, que pocas se esfuerzan en adquirir un nivel de dominio de sus actividades que las lleve a ser consideradas excelentes. Y, por si fuera poco, también sucede que el nivel de maestría se puede ir deteriorando a medida que pasa el tiempo y el colectivo de personas de la empresa va cambiando. Veamos más concretamente a qué me refiero y por qué vinculo maestría con calidad.

Con cierta frecuencia, en actividades típicas de la gestión de la calidad tales como la elaboración de un AMFE, o el análisis de no conformidades, encuentro que al formular hipótesis sobre causas y mecanismos de fallos no se dispone de datos relevantes que corroboren o desmientan dichas hipótesis. Frecuentemente se parte de recuerdos,  sospechas, o percepciones de los participantes en los análisis, que pueden ser más o menos acertados, pero no siempre se encuentran respaldados por evidencias cuantificables. Por ejemplo: ¿Qué influencia tiene la variabilidad de cierta característica de una materia prima sobre tal o tal etapa de proceso? ¿Cómo se correlacionan parámetros de uso de un utillaje sobre la capacidad para cumplir unas tolerancias dimensionales? ¿En qué pueden afectar al producto cambios en las variables clave de proceso?

Obviamente, el llegar a un alto nivel de conocimiento de los parámetros y mecanismos de los procesos requiere de un intenso trabajo de experimentación, toma de datos y análisis de los mismos, que puede chocar con las necesidades imperiosas de la producción y el servicio al cliente. Pero si no se hace, la organización corre el riesgo de que una serie de problemas queden enquistados y aparezcan una y otra vez porque las soluciones que se les plantean son en realidad “parches” que no llegan a eliminar las causas raíz del problema. Y, a su vez, esta reincidencia en los mismos defectos minará sin duda la satisfacción de los clientes y su confianza en la capacidad de la empresa para llevar a buen término los proyectos. En este punto el trabajo de los departamentos de I+D, Ingeniería de procesos, o similares, es crucial; tanto en productos/procesos nuevos como en los ya existentes.

Por otro lado, no es infrecuente encontrar organizaciones que en su momento han gozado de un buen nivel de maestría en su actividad, pero que posteriormente han ido perdiéndola a medida que personal experimentado ha ido siendo sustituido por otro, sin que se haya asegurado una correcta transmisión de conocimientos y experiencia. Obviamente aquí juegan un papel fundamental actividades de gestión de las personas como la definición del nivel de cualificación para ocupar diferentes puestos de trabajo, la formación, el nivel de supervisión y apoyo de los trabajadores, la dotación de herramientas y sistemas que ayuden a un correcto desempeño de las tareas, etc.. La calidad de un producto no puede quedar a expensas de que se haya fabricado por la mañana o por la noche, entre semana o en fin de semana, que lo haya procesado Fulanito o Menganito…

Aún a riesgo de parecer reiterativo, no quiero dejar de insistir en el papel de un buen Sistema de Gestión de la Calidad como herramienta que favorece la consecución y conservación de la maestría de una organización. En primer lugar, un adecuado sistema de toma y análisis de datos nos proveerá de la información relevante para valorar el desempeño real de los procesos y nos dará la base para plantear eventuales acciones de mejora. Por otro lado, los requisitos relativos a la gestión de personas y a la documentación nos ayudarán a garantizar un nivel adecuado y homogéneo de cualificación en los integrantes de la organización y un mecanismo para conservación y transmisión del “know-how” de la empresa.


En resumen, para alcanzar un nivel excelente en nuestras actividades debemos convertirnos en MAESTROS en nuestro “arte”. Y un verdadero maestro no deja nunca de trabajar  en ampliar y perfeccionar sus conocimientos sobre su especialidad; y, como colofón, un buen maestro deja tras de sí una estela de buenos discípulos. El tema da que pensar, ¿no creen?

sábado, 15 de noviembre de 2014

Un par de reflexiones sobre la gestión de procesos



UN PAR DE REFLEXIONES SOBRE LA GESTIÓN POR PROCESOS


Uno de los conceptos que, a mi entender, ha marcado más la evolución de las normas sobre sistemas de gestión de la calidad en los últimos años, ha sido la Gestión por Procesos. De hecho, su introducción como parte de la norma ISO 9001 en el año 2000 supuso un salto cualitativo de dicha norma, desde un concepto de simple aseguramiento de la calidad hacia la excelencia en la gestión, tal y como ya se proponía en modelos como el EFQM.

No obstante, mi experiencia durante estos años, tanto desde la perspectiva del directivo como la del consultor, me hace dudar sobre si realmente se ha asimilado convenientemente esta modalidad de gestión. Por este motivo, me parece interesante compartir algunas reflexiones sobre este tema.

Vamos primero con unas ideas de base. La norma ISO 9000:2005 define “proceso” como una actividad (o conjunto de actividades) que utiliza recursos para transformar elementos de entrada en resultados. A continuación, establece que para que las organizaciones operen de manera eficaz, tienen que identificar y gestionar numerosos procesos interrelacionados y que interactúan. En esto consiste la “gestión por procesos”.

Por lo que respecta a la identificación de los procesos, no veo que se produzcan especiales problemas. Todos los manuales de calidad que he visto contienen un llamado  “mapa de procesos”, en el que se representan gráficamente los procesos que se consideran clave para la operación de las organizaciones. En dichos mapas se suele distinguir entre los procesos operativos (aquellos que tienen que ver directamente con el producto/servicio que genera la organización) y procesos de soporte (aquellos procesos destinados a proporcionar recursos o a proporcionar orientación y control a los procesos operativos).

Hasta aquí, todo bien. Las dificultades pueden empezar a aparecer a la hora de gestionar dichos procesos. Ahora bien, ¿en qué consiste es de “gestionar? Principalmente se deben cubrir dos aspectos:

a)      MANTENER LOS PROCESOS BAJO CONTROL

b)      MEJORAR CONTINUAMENTE LOS PROCESOS


Examinemos un poco cada uno de esos puntos.

  1. MANTENER LOS PROCESOS BAJO CONTROL

Podemos afirmar que un proceso se halla bajo control cuando ha sido

  • ENTENDIDO
  • DOCUMENTADO
  • MEDIDO

En primer lugar, podemos considerar que un proceso ha sido entendido cuando todas las personas involucradas en el mismo conocen el propósito y descripción del proceso, quiénes son los clientes y proveedores del mismo (así como sus requisitos), quién es el propietario del proceso y cuál es el rendimiento que el proceso está obteniendo en cada momento.

A este respecto, quisiera detenerme en la figura del “propietario del proceso”, ya que no siempre la he visto adecuadamente definida en sistemas de gestión implantados. Parece claro que si un proceso de gestión coincide con las funciones de un departamento, el propietario natural de ese proceso es el responsable de dicho departamento. Pero si el proceso a considerar atraviesa los habituales límites funcionales, es clave que todos los implicados entiendan a quién deben rendir cuentas en lo que respecta a dicho proceso. Por ejemplo, en el proceso de desarrollo de un nuevo producto, suelen intervenir departamentos como I+D, Marketing, Producción, Calidad, Finanzas, etc. Parece obvio que, de cara a la adecuada coordinación de estas diferentes funciones se defina FORMALMENTE una figura con autoridad y responsabilidad sobre la correcta ejecución del proceso. Y eso no siempre sucede, lo cual puede llevar a fallos de comunicación entre departamentos y a potenciales fallos de calidad; o sea, insatisfacción de los clientes. De hecho, existen en ciertos ámbitos en los que se dan figuras organizativas análogas, como los “Project leaders” en ingeniería/I+d, o los “product managers” en Marketing.

Por lo que respecta a la documentación de los procesos, este no suele ser un aspecto problemático, ya que desde su aparición, los sistemas de gestión de la calidad han hecho de este punto un aspecto básico (a propósito, llevo más de veinte años conviviendo con el sambenito de “calidad = papeles” y ya he asumido que sólo la muerte me librará de él). Otra cosa es la efectividad real de dicha documentación, pero eso prefiero desarrollarlo en otro artículo.

Donde me parece que flojea más la gestión de los procesos como tal es en el aspecto de la medición. Concretamente, percibo un desequilibrio entre el grado de medición de los procesos operativos y los de soporte. Este hecho no debería extrañarnos, ya que desde los inicios de la Revolución Industrial (especialmente, desde la época de Frederick Taylor) aspectos como producción, rendimiento, coste, productividad, tasas de fallo, tiempos de proceso, etc., son parte habitual de la gestión. Sin embargo, en procesos de carácter más “administrativo”, aunque se ha evolucionado en los últimos años, todavía muchos responsables encuentran dificultades en establecer indicadores de rendimiento relevantes a su actividad y utilizar dichos indicadores como herramientas de gestión habitual. A título de orientación, me permito sugerir tres aspectos de cualquier tipo de proceso que serían susceptibles de algún tipo de medición:

·    Grado de cumplimiento (o no) de los requisitos esperados como resultado del proceso (obviamente, para eso esos requisitos deben estar claramente definidos, cosa que no siempre sucede; por ejemplo: ¿qué requisitos se fijan para los procesos de gestión de personal?).

·         Grado de eficacia en la ejecución del proceso (p.ej, tiempos de proceso)

·   Grado de eficiencia en el uso de los recursos (p.ej, costes de materiales, personal, suministros,…).


  1. MEJORAR LOS PROCESOS

En lo que se refiere a la mejora continua, no voy a comentar aquí gran cosa, ya que muchas personas han escrito y escriben sobre el tema. La reflexión que yo quisiera plantear liga con el comentario que hice más arriba, es decir: que tradicionalmente ha sido bastante obvio plantear acciones de mejora continua (incluso de reingeniería total de procesos) en los procesos operativos, ya que para éstos existe una batería de indicadores que nos sirven de base de partida para los proyectos de mejora, así como de evidencia de consecución de los objetivos previstos. En cambio, si los procesos de soporte no están adecuadamente medidos, va a ser más difícil llevar a cabo mejoras coherentes y relevantes para la organización.

Tengamos presente que, en general, cualquier proceso es susceptible de mejora en tres aspectos: Calidad (= cumplimiento de requisitos + satisfacción de clientes), plazos y costes (también podríamos considerar aspectos de impacto ambiental o de seguridad). Si no disponemos de al menos un indicador de medida en cada una de estas áreas, ¿cómo sabremos en qué dirección plantear un hipotético proyecto de mejora?

Otro aspecto en que creo interesante desarrollar dentro de la gestión por procesos es la utilización de referencias externas a la organización; o sea, el “benchmarking”. Esto ya hace tiempo que viene siendo mencionado en modelos de excelencia tipo EFQM, pero aún lo veo poco presente en organizaciones de mediano/pequeño tamaño. Reconozco las dificultades que presenta para este tipo de organizaciones utilizar esta herramienta por la dificultad de obtener datos externos relevantes, pero aún así yo no la descartaría del todo. Por ejemplo, cualquier empresa que conozca mínimamente su sector de actividad puede obtener algún tipo de información sobre sus competidores, especialmente si pertenece a alguna organización sectorial. Por otro lado, cada vez es más fácil disponer de información sobre buenas prácticas de gestión en empresas que no son de nuestro sector, pero podrían ser inspiradoras para a nuestro caso concreto


CONCLUSIÓN

Resumiendo todo lo expuesto, considero de vital importancia para cualquier organización que su mapa de procesos “cobre vida”, principalmente mediante una clara definición de responsabilidades, la adecuada gestión de interfases departamentales y unos sistemas de medición coherentes, que sirvan de base para la mejora.

Para llevar todo esto  cabo, nada mejor que la imaginación y la creatividad, combinadas con un buen conocimiento de nuestro propio negocio. Si aún así andamos perdidos, no desespere… ¡seguro que hay muchos buenos consultores a su disposición!

sábado, 26 de abril de 2014

MISSION STATEMENT: ¿PROPAGANDA, POESÍA, O ALGO MÁS?



A estas alturas del siglo XXI, pocas empresas de una cierta entidad (incluso PYMES) carecen de una declaración de Misión, Visión y Valores. De hecho, cuando uno visita empresas, es de lo primero que se encuentra en la recepción, enmarcado en un cuadro, o bien en los despachos de los directivos, y en las presentaciones corporativas. Todas elles suelen hablar de términos como excelencia, liderazgo, calidad, satisfacción de cliente, respeto por las personas, responsabilidad social,… Ahora bien, al tratar con el personal de dichas empresas, especialmente en los niveles más bajos de la organización, las reacciones más frecuentes suelen oscilar entre el desconocimiento absoluto de tales declaraciones y los comentarios más o menos sarcásticos sobre sus contenidos, especialmente si la empresa está pasando por momentos difíciles.

Hace tiempo ya que, en el proceso de desarrollo de estrategias empresariales se considera una tarea básica la definición de una MISIÓN (cuál es el propósito de la existencia de la organización), una VISIÓN (cómo se ve organización a sí misma en un futuro próximo) y un conjunto de VALORES (principios que deben regir la conducta de las personas en su gestión).  La importancia de la definición de estos elementos radica en su carácter estable a lo largo del tiempo y su aplicación extensiva a todos los miembros de su organización, lo que debe guiar la toma de decisiones en el día a día y el establecimiento de prioridades a todos los niveles. Ahora bien, ¿por qué esto no sucede en todos los casos, y más bien la declaración se queda como un elemento decorativo o meramente un slogan publicitario (tipo “we tryharder”, “connecting people”, the hp way”, etc)?

En mi opinión, el correcto establecimiento y aprovechamiento de una declaración de MISIÓN/VISIÓN/VALORES viene fundamentalmente determinada por el ANTES  y el DESPUÉS de dicha declaración. Veámoslo:

ANTES DE LA DECLARACIÓN

El desarrollo de un plan estratégico parte del análisis de la posición competitiva de la empresa. Es bien conocido que ese análisis consta de un análisis interno y un análisis externo.

El análisis interno comprende tanto las áreas que constituyen la cadena de valor de la empresa (Marketing, Logística, Operaciones y Servicio al Cliente) como las actividades de apoyo (Gestión de infraestructuras, personal, sistemas de información, finanzas e I+D). De ahí se identifican puntos fuertes y debilidades de la organización.

Por su parte el análisis externo incluye tanto el estudio del sector de actividad (competidores -cantidad, tipología y estrategias-, poder de clientes y proveedores, nivel de rivalidad, tecnología) como el análisis del entorno (situación económica, social y política, grupos de interés,…). De todo ello se identifican oportunidades y amenazas para la organización.

La aplicación de técnicas como la matriz DAFO, el estudio de escenarios u otras más o menos complejas nos llevará a la identificación de las ventajas competitivas, el modo de competir en el mercado (por costes o por diferenciación) y el papel que queremos jugar en el mismo (líder, retador, seguidor o especialista). Parece obvio que esas decisiones nos van a configurar qué tipo de visión queremos alcanzar y qué valores queremos que predominen en la organización. Por ejemplo, una organización que se considere como líder o retadora primará más valores como la innovación, la creatividad y el “empowerment” que una empresa especialista, donde pueden primar más la experiencia o la capacidad de “partnership” con los clientes.


DESPUÉS DE LA DECLARACIÓN

Obviamente, una vez establecida y publicada la declaración de MISIÓN/VISIÓN/VALORES, viene su contrastación con el día a día de la organización. De entre los diferentes elementos que constituyen el despliegue de la estrategia empresarial, considero una serie de ellos como las “piedras de toque” donde la organización puede percibir claramente la coherencia (o no) en la aplicación de los principios definidos. Dichos elementos son:

  • El Presupuesto Anual: en este documento se plasma tanto la prioridad en la asignación de recursos a las distintas actividades de la empresa como los criterios cuantitativos con que se va a valorar la actuación de los directivos.

  • La gestión de las personas (¡cómo odio la expresión “recursos humanos!), en sus distintas facetas, como:

    • Política de reclutamiento: la empresa debe tratar de asegurarse de que los valores, aptitudes y actitudes de las personas que ingresan son compatibles con los valores organizativos.

    • Política de comunicación: aunque la definición de MISIÓN/VISIÓN/VALORES es una responsabilidad del equipo directivo, la difusión y asimilación de la misma por parte de todos los miembros de la organización es básica para su efectividad.

    • Política de evaluación, retribución y reconocimiento: Este punto me parece crítico, ya que ahí se puede valorar el grado de asimilación de los valores corporativos, las dificultades o incoherencias que puedan aparecer, y se pueden potenciar los comportamientos deseados.


Para finalizar estas breves reflexiones, debo admitir que la aplicación práctica de estos conceptos fuera del ámbito de las grandes corporaciones puede parecer farragosa y hasta impracticable, pero eso no resta un ápice a su necesidad para el éxito de la empresa. En todo caso, la experiencia me demuestra que si se tienen claros los conceptos básicos, es más fácil desarrollar sistemas más o menos rudimentarios pero efectivos. Y, en todo caso, para algo estamos los consultores, ¿no?

sábado, 1 de septiembre de 2012

DIME CÓMO REVISAS TU SISTEMA Y TE DIRÉ…




La experiencia de varios años realizando auditorías internas y externas me ha llevado al convencimiento (compartido con bastantes colegas consultores y auditores) de que basta con auditar el modo en que la dirección de una organización lleva a cabo la revisión de su sistema de gestión para saber si el sistema es realmente efectivo y constituye un elemento de valor añadido para la misma, o bien es una especie de escenificación documental colectiva, destinada únicamente a la consecución y mantenimiento de una certificación (cosa que, desgraciadamente, es demasiado frecuente).

En mi opinión, mi querido gerente, estos son los principales puntos a considerar a la hora de revisar la revisión de su sistema (y valga la redundancia):

1)      ¿Cada cuándo revisa usted su sistema? ¿Mensualmente? ¿Trimestralmente? ¿Anualmente? Si por casualidad su respuesta ha sido esta última, yo le preguntaría: ¿y también revisa sólo una vez al año (al final de ejercicio) su cuenta de resultados y sus estadísticas de ventas? Entonces es que usted tiene un chollo de negocio, ya que prácticamente funciona solo (espero que capte la ironía).

2)      ¿Quién participa en la revisión?  ¿Solamente usted y su responsable de Calidad (o como quiera que le llame)? ¿O bien todo el equipo directivo? Espero que haya escogido la segunda opción, ya que un sistema de gestión efectivo requiere de la colaboración ACTIVA de todas las áreas funcionales de la empresa (sí, señor director financiero, usted también; no se me escaquee).

3)      ¿Qué temas se tratan? ¿Nos quedamos en lo básico (es decir: resultados de auditorías, informes de no conformidades internas y externas,…) o bien se discuten temas de más calado, como por ejemplo:

  • Cambios en necesidades y expectativas de los clientes
  • Cambios en la normativa y/o legislación que puedan afectar al sistema
  • Resultados de las acciones de mejora continua y nuevas posibilidades
  • Satisfacción de clientes externos e internos
  • Vinculación de resultados del sistema con resultados económicos y operativos de la empresa
  • Integración del sistema con la estrategia global de la organización (suponiendo que la tenga, claro está).?

4)      ¿Cuánto tiempo le dedica? Lógicamente, esto está vinculado con la pregunta anterior; es decir: ¿se la despacha en un par de horitas o le dedica un tiempo más relevante (pongamos por caso, el mismo tiempo que le dedica a la elaboración del presupuesto anual)?
 
5)      ¿Qué decisiones se toman al final del proceso? ¿Se obtiene como resultado un plan de acción nuevo, con acciones, objetivos y asignación de recursos?

Como habrá observado, querido lector, he usado deliberadamente la exageración, llevándola casi a la caricatura. Pero espero que comprenda que mi intención es recordar una vez más la potencialidad (creo que aún no suficientemente explotada) de los sistemas de gestión de excelencia) para mantener y mejorar la capacidad competitiva de su empresa, especialmente en estos tiempos tan difíciles. Espero haberlo conseguido.

martes, 3 de julio de 2012

El SIG: ¿radar o retrovisor?


EL SIG: ¿RADAR O RETROVISOR?

Uno de los principales retos (y, a veces, frustraciones) a los que me he tenido que enfrentar en mi carrera como gestor de SIGs (ya sabe, Sistemas Integrados de Gestión – Calidad, Medio Ambiente, Riesgos laborales) ha sido el conseguir despertar en los máximos directivos de las empresas un interés REAL en los datos e informaciones que el Sistema aporta (por ejemplo, en los procesos de Revisión del Sistema por Dirección típicos de los sistemas ISO).

Esta dificultad siempre me ha parecido paradójica, teniendo en cuenta que, al fin y al cabo, un SIG no es más que un sistema de información para la organización. En este sentido, siempre tengo presentes las palabras de un viejo colega norteamericano que a menudo me recordaba: “un buen sistema de Calidad proporciona información para poder tomar buenas decisiones”. Siendo así, ¿en dónde situar el origen de esta paradoja?

Para poder apuntar una respuesta a esta pregunta, considero necesario reflexionar un poco sobre la naturaleza del trabajo directivo y algunas peculiaridades de su modo de trabajo, y compararlos con algunas de las características típicas de los SIG. Veamos:

Siguiendo a clásicos de la estrategia empresarial como Mintzberg, podemos considerar seis propósitos fundamentales del trabajo directivo:

  1. Asegurar que la organización cumpla con su función básica: la producción eficiente de bienes y servicios.
 
  1. Concebir y mantener la estabilidad de las operaciones.

  1. Determinar las estrategias de la organización, adaptándola a los cambios en el entorno.

  1. Asegurarse de que la organización satisfaga los propósitos de las personas que la controlan (los stakeholders).

  1. Constituir el vínculo central de información entre la organización y su entorno.

  1. Responsabilizarse del funcionamiento del sistema de status de su organización.


Para dar cumplimiento a estos propósitos, los directores generales desarrollan una diversidad de roles, que conllevan una serie de peculiaridades en su forma de trabajar, que en algunos momentos pueden entrar en conflicto con la filosofía implícita de los SIG. Si querer ser exhaustivo, podría indicar:

  • La mayor parte de altos directivos desarrolla su propia agenda de trabajo, que no tiene por qué ser idéntica a los planes estratégicos formalizados y documentados
  • Para implantar dicha agenda, los directivos desarrollan su propio sistema de información personal, utilizando su posición privilegiada para el acceso a todo tipo de datos internos de la organización, como externos (clientes, proveedores, competidores, asociaciones empresariales, entes gubernamentales, relaciones personales,…). Además, buena parte de esta información es intangible (es decir, se encuentra sólo en la cabeza del directivo), por lo que es difícil que llegue a entrar en los sistemas formales de información de la empresa.
  • Por otro lado, la tarea del directivo implica mirar básicamente “hacia delante”, en términos de identificar oportunidades/ amenazas del entorno, así como puntos fuertes y débiles de la empresa. Los SIG, por su parte, tienden más al aprendizaje y la mejora a partir del análisis y elaboración de datos pasados.
  • Finalmente, una de las funciones de los gerentes (especialmente cuando se incorporan a una organización) consiste en impulsar todos aquellos cambios que sean necesarios para mantener y aumentar la competitividad de la empresa; incluso, a menudo, dichos cambios tienen que ser drásticos y ejecutados en breve espacio de tiempo (p.ej, meses). En cambio, lo SIG tienden por un lado a “ralentizar” los cambios (p.ej, los sistemas de planificación avanzada de la calidad”) y, por otro, una vez efectuados, a “institucionalizarlos”.


Una vez llegados a este punto, ¿cómo superar estas contradicciones? Yo creo que la clave está (una vez más) en la idea de “satisfacer las necesidades del cliente”. En este caso, el gestor del SIG debe intentar “ponerse en la piel” del gerente, comprender los requerimientos y singularidades de su tarea y, sin sacrificar los otros elementos, dar más relevancia en las comunicaciones con Gerencia a aquellos aspectos del SIG que pueden realmente aportar valor a la tarea directiva; por ejemplo:

  • Anticipación de cambios normativos y legislativos que pueden llegar a constituir amenazas para la organización (o, bien aprovechados, incluso oportunidades de avanzarse a la competencia).
  •  Identificación de puntos débiles que pudiesen llegar a socavar las fortalezas de la organización.
  • Información relevante sobre cambios de necesidades o expectativas entre los clientes.
  •  Estudios de benchmarking que pusiesen de relieve fortalezas y debilidades de la empresa.


En resumen, en mi opinión, uno de los principales retos del gestor de un SIG es hacer que el gerente lo vea más como un radar que como un retrovisor.

martes, 8 de mayo de 2012

¿Cómo valora usted su SIG?


Ya hace bastantes años que en el campo de la gestión de la Calidad, el Medio Ambiente y la Prevención de Riesgos Laborales se impone la idea de los Sistemas Integrados de Gestión (SIG). Su lógica es aplastante: dado que son aspectos de una organización que presentan un alto grado de similitud en su gestión:

·        aproximación preventiva
·        planificación
·        evaluación inicial
·        normas y procedimientos
·        sistemas de medición
·        mejora continua,…

pueden gestionarse mediante un solo sistema que integre las peculiaridades de cada uno.

Y, en general, se ha observado en las organizaciones (dependiendo de su tamaño y sector de actividad) una evolución en las siguientes fases:

1)     Sistemas de gestión de la calidad (SGC) basados en ISO 9001 (y sus derivados sectoriales como ISO/TS 16949, 22000,…).
2)      Integración de los SGC con sistemas de gestión ambiental (SGA) basados en ISO 14001.
3)   Integración de los SGC y SGA con sistemas de gestión de la prevención de riesgos laborales basados en OSHAS 18001.

No obstante, sigue persistiendo en la “vox populi” empresarial una visión de los SGI (sea cual sea la fase de integración en que se hallen) según la cual dichos sistemas son un “mal necesario”, que se han tenido que implantar debido a exigencias de los clientes o las autoridades. Dicha visión se traduce en una falta de integración real de los mismos en la gestión estratégica de la organización (frecuentemente sus objetivos y programas están desligados de los “business plans” de las empresas), lo cual no hace más que reforzar la idea de su bajo valor añadido.

Estimado gerente, si su organización tiene implantado un SIG le invito a que de cuando en cuando se plantee preguntas como las siguientes:

  • ¿En cuántas ocasiones el hecho de disponer de un SIG (certificado o no) la ha ayudado a conseguir nuevos clientes, nuevos proyectos, concesión de autorizaciones administrativas, etc?

  • ¿Qué volumen de recursos de su organización (especialmente personas) tiene asignados EN EXCLUSIVA a la gestión del SIG (elaboración de documentos, auditoría, inspección, …).

  • ¿Existen áreas de su organización (p.ej, finanzas) que se consideran “fuera” del ámbito del SIG?

  • ¿En cuántas ocasiones su SIG le ha ayudado a identificar a tiempo problemas que habrían frustrado el lanzamiento de un nuevo producto, proceso, proyecto…?

  • ¿Hasta qué punto el SIG le ha ayudado a anticipar cambios en las necesidades de los clientes, exigencias legales, cambios en el entorno,…?

  • ¿En qué medida los mecanismos de mejora de los SIG (acciones correctoras, investigación de accidentes, auditorías,…) le han ayudado a optimizar sus procesos de gestión?

No puedo extenderme más en este artículo (en realidad, el tema daría para un libro, por lo menos), pero sí quisiera finalizar sugiriéndole, querido gerente, que si tiene usted dudas razonables o falta de respuesta clara en uno o más de las preguntas que le he planteado, no dude en buscarse un buen consultor que le “afine” el sistema. No están los tiempos para despilfarros.